Te voy a sacar de una común confusión. Este sábado celebramos el día de la mujer emprendedora (no de la mujer empresaria, ojo al dato).
A menudo se habla de emprendedora, o emprendedor, con un cariz casi de, “pobrecilla”, está empezando.
Sin embargo, al decir empresaria, la boca se llena de orgullo. “Es toda una empresaria”.
Falta de claridad en los conceptos, diría yo.
Resulta, que hay muchas emprendedoras que son también empresarias. De hecho, la mayoría lo son.
Sin embargo, no todas la dueñas de empresas, por facturaciones millonarias que tengan, son personas emprendedoras. ¿Vas pillando la diferencia?.
“Emprender”, ciertamente como dice la RAE, significa acometer/comenzar una obra, un empeño. Pero no dice nada de que el término esté relacionado con la primera vez que una persona inicia un negocio. ¡Para nada!.
Lo que está diciendo, es que el emprendedor, para considerarse tal, ha de tener en su ADN una constante iniciativa de poner en marcha algo nuevo, de crear, de generar ideas, de rediseñar, ¿me entiendes?.
Ambas, empresarias y emprendedoras perseguimos cumplir objetivos y tener beneficios, pero en el caso de las personas emprendedoras, su prioridad es cumplir con los retos personales y sociales que se han marcado.
No se trata de que una figura sea mejor que la otra, son distintas, nada más.
Y escribiendo esto, tomo conciencia de porque decidí mentorizar a emprendedoras.
Porque esa inquietud que comparto con la mayoría de mis clientas, de ayudar a otras personas a través mi trabajo, no como una intención, sino como una necesidad irrenunciable, y el deseo, también irrenunciable, de contribuir a algunos cambios sociales, son la base de mi modelo de negocio.
Pues sí, soy emprendedora, más que empresaria, y muy orgullosa de ello. Y tu querida amiga, también quiero que lo estés de ti misma.
Te felicito, por ser emprendedora.